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Uno de sus objetivos fundamentales es el monitoreo sísmico permanente de la actividad de origen tectónico y volcánico del territorio nacional.

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Los volcanes activos son observados a través de diversas tecnologías.

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La tecnología comprende un conjunto de teorías y técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico. No es de sorprenderse que a diario aparezcan nuevas técnicas y revolucionarias teorías que permitan que la tecnología avance a pasos agigantados, facilitando procesos y resolviendo problemas dentro de diversas áreas del quehacer de la comunidad en general.


Desde su creación, el IG ha visto la necesidad de utilizar instrumentos que le permitan realizar una precisa vigilancia tanto en sísmica como en varios otros parámetros relacionados al vulcanismo.

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9 de septiembre de 2011

De acuerdo con la empresa de seguros helvética Swiss Re los costos por catástrofes naturales y de origen humano se elevan a 70 mil millones de dólares en el primer semestre.

Zúrich • El año 2011 será el más costoso para las compañías aseguradoras debido a los daños causados por los terremotos y el segundo más caro en pérdidas por catástrofes en general, anunció este viernes en Zurich la empresa de seguros helvética Swiss Re.

Según un estudio preliminar del grupo, los costos por catástrofes naturales y de origen humano se elevan a 70 mil millones de dólares (50 mil 100 millones de euros) en el primer semestre, o sea dos veces más que el año anterior, cuando habían ascendido a 29 mil millones.

En los seis primeros meses del año, las repercusiones en el conjunto de la economía fueron evaluadas en casi 278 mil millones de dólares y se registraron 26 mil muertos, o sea diez veces menos que en 2010, cuando murieron 288 mil personas debido, principalmente, al sismo que devastó Haití.

El año más costoso en general, según el estudio "Sigma" de Swiss Re, sigue siendo 2005, cuando varios huracanes, sobre todo Katrina, causaron pérdidas superiores a 90 mil millones de dólares.

Desde principios de 1877, el Cotopaxi había empezado nuevamente a presentar emisiones de ceniza y explosiones de tamaño pequeño a moderado. Para junio del mismo año, la actividad se había incrementado notablemente, tanto así que el día 26 se produjo una fase eruptiva de magnitud suficiente para formar flujos piroclásticos. Las descripciones de los hechos ocurridos en ese día, realizadas por Luis Sodiro (1877) y Teodoro Wolf (1878), hablan de “derrames de lavas” que se desbordaron desde el cráter del Cotopaxi. Sin embargo, el fenómeno que ambos autores describen no corresponde a una “colada de lava”, sino más bien a “flujos piroclásticos”. Este tipo de confusión de términos es común en las descripciones antiguas, pero toda duda se despeja cuando existen descripciones detalladas de los fenómenos ocurridos y de sus depósitos, lo que es el caso en las reseñas de Sodiro y Wolf. Textualmente Wolf  indicó que “la lava no se derramaba en una o algunas corrientes, sino igualmente en todo el perímetro del cráter, sobre el borde más bajo, así como sobre la cúspide más alta”. Wolf explica también que las lavas” fueron derramadas en un intervalo de tiempo de entre 15-30 minutos, y enfatiza que el fenómeno tuvo lugar de forma violenta, con una gran ebullición de las masas ígneas desde el cráter que rápidamente cubrieron todo el cono del Cotopaxi. Estas descripciones no dejan duda alguna de que los fenómenos ocurridos fueron flujos piroclásticos. 

Sin embargo, para ambos autores, los fenómenos más remarcables de los sucedidos el 26 de junio de 1877 fueron los lahares (flujos de lodo y escombros) que ocurrieron en los ríos Pita, Cutuchi y Tamboyacu, sobre todo por la gran destrucción que provocaron a todo lo largo de los tres drenajes. Ya en aquella época, ambos autores concluyeron que el origen de los lahares fue el súbito y extenso derretimiento que sufrió parte del glaciar del Cotopaxi al tomar contacto con los “derrames de lava” (flujos piroclásticos). 

Lo que vale resaltar es que, en la mayoría de los casos, los lahares fueron tan caudalosos que rebosaron fácilmente los cauces naturales de los ríos, provocando extensas inundaciones de lodo y destrucción en las zonas aledañas. Según Wolf, los lahares tuvieron velocidades tales que se tardaron algo más de media hora en llegar a Latacunga, poco menos de 1 hora en llegar el Valle de los Chillos, cerca de tres horas en llegar a la zona de Baños (Tungurahua) y cerca de 18 horas en llegar a la desembocadura del río Esmeraldas en el océano Pacífico. Asombrado, Sodiro escribió que los lahares fluían con gran ímpetu “sin que nada pudiese […] oponer algún dique a su curso destructor, ni siquiera presentarle la más mínima resistencia”. 

Finalmente, como en todas sus erupciones, el Cotopaxi también se produjo una importante lluvia de ceniza el 26 de junio de 1877. Este fenómeno ocurrió principalmente en las zonas que se encuentran al occidente y nor-occidente del volcán, debido a la dirección predominante de los vientos. Una de las poblaciones más afectadas por la lluvia de ceniza ese día fue Machachi, donde se depositó una capa de casi 2 cm de espesor. En Quito la acumulación llegó a los 6 mm, siendo menor en Latacunga y ausente al sur de Ambato (Sodiro, 1877). 

Más hacia el occidente, en las estribaciones de la Cordillera Occidental y en la Costa ecuatoriana, la caída de ceniza parece haber sido muy extensa y haber durado por varios días. Sodiro indica que conoció reportes de lluvias de ceniza ocurridas en las provincias de Manabí y Esmeraldas, mientras Wolf afirma que “en Guayaquil la lluvia de ceniza empezó el 26 de junio en el mañana y duró con breves interrupciones hasta el 1ero. de julio”. En todo caso, las acumulaciones de ceniza seguramente no superaron unos pocos milímetros de espesor sobre la zona costera del Ecuador. Sin embargo, vale recordar aquí que durante las erupciones del Guagua Pichincha en 1 999 y del Reventador en 2 002, las acumulaciones de ceniza en Quito no superaron los 3-4 mm de espesor, pero en ambos casos fueron suficientes para paralizar completamente la ciudad por varios días, provocando enormes pérdidas económicas. Lo mismo puede ser previsto para las zonas costeras del Ecuador en caso de ocurrir una gran erupción del Cotopaxi en el futuro. 

La erupción del 26 de junio de 1877 puede ser considerada como la “erupción típica” del Cotopaxi en cuanto tiene que ver con los fenómenos volcánicos ocurridos. Sin embargo, los estudios geológicos y volcanológicos del Cotopaxi indican claramente que este volcán es capaz de dar lugar a eventos de mucho mayor tamaño. Efectivamente, por ejemplo, en lugares como el Valle de los Chillos o Salcedo se puede apreciar que los lahares asociados a las erupciones de 1742 ó 1768 fueron de tamaño mayor a los de 1877. Asimismo, en los cortes de la carretera Panamericana, en el tramo entre El Boliche y Lasso, se puede observar que las caídas de ceniza y pómez de muchas erupciones pasadas tienen espesores muy superiores al de la caída de ceniza de 1877. El propio Sodiro ya se había dado cuenta de esto y escribió en su relato de 1877: “Qué diferencia entre ésta y las grandes erupciones antiguas, algunas de las cuales han producido uno, dos y aún más metros de espesor [de caída de piroclastos]! De la presente no ha de quedar ningún indicio en la estratificación terrestre”. Esta afirmación de Sodiro resultó certera solo en cuanto a la caída de ceniza, cuyo rastro es difícil de encontrar actualmente en lugares situados a más de 10 km del cráter; pero no lo es en cuanto a los depósitos de los lahares de 1877, los cuales pueden ser observados con cierta facilidad en diversos puntos a todo lo largo de los ríos Pita, Cutuchi y Tamboyacu. 

Luego de esta erupción, el Cotopaxi continuó con actividad moderada a leve por varios años. Los reportes escritos hablan principalmente de explosiones esporádicas y emisiones que provocaron algunas caídas leves de ceniza en diversos sectores del flanco occidental. Incluso, en un texto de mayo de 1914, se escribe que el Cotopaxi estaba “como de costumbre, con una columna de humo sobre el cráter”. El último reporte de actividad en el volcán corresponde a una posible explosión de pequeño tamaño ocurrida en febrero de 1942 (Egred, en prep.), si bien esta fecha no ha podido ser confirmada con toda certeza. 

Texto tomado: “Los peligros volcánicos asociados con el Cotopaxi”

Han pasado 30 años ya desde el penoso fallecimiento de dos técnicos del IG-EPN en el Cráter del Volcán Guagua Pichincha. El Ing. Victor Hugo Pérez y Egdo. Álvaro Sánchez, ambos miembros del Instituto Geofísico de la EPN, se encontraban en el campo verificando explosiones que se habían reportado en el volcán en días pasados, tras haber permanecido el volcán en relativa calma por más de una década.

El 12 de marzo de 1993, a las 11h46 de la mañana, tiempo local, ocurrió una explosión relativamente pequeña justo en dirección de donde se encontraban los vulcanólogos. La explosión fue detectada con la instrumentación en la sede central del IG-EPN en Quito, tras lo cual se intentó establecer contacto radial con los vulcanólogos quienes lamentablemente ya habían fallecido. No fue sino hasta el día siguiente cuando sus cuerpos pudieron ser recuperados.

30 años del fallecimiento de dos técnicos del IG-EPN en el Cráter del Guagua Pichincha: Los peligros de ingresar a un Cráter Volcánico Activo
Figura 1.- Artículo de El Comercio sobre el fallecimiento de dos vulcanólogos del IG-EPN en el cráter del volcán Guagua Pichincha, 14 de marzo de 1993.


A este suceso se suma otra tragedia acaecida unos meses antes el mismo año. La muerte de seis vulcanólogos y tres turistas en el vecino volcán Galeras de Colombia, durante el viaje de campo de un Congreso Científico Internacional organizado por las Naciones Unidas en enero del 1993. Pero esta no fue la primera vez que algo similar sucedía en la región, se tienen registros de que la erupción del Sangay del 12 de agosto de 1976 cobró también la vida de dos científicos de origen inglés que se encontraban en las cercanías del cráter investigando su actividad. Todos estos sucesos nos recuerdan lo peligroso que puede ser ingresar a un cráter volcánico activo.

Las zonas de influencia volcánica son normalmente complejas, por los riesgos inherentes que la actividad de un volcán representa. Dentro de un volcán activo los peligros son varios: Las explosiones, gases nocivos, asfixiantes y venenosos, las altas temperaturas, el riesgo de caídas y los deslizamientos de rocas son solo algunos de los fenómenos a los que uno se expone al ingresar a un cráter volcánico activo.


Los rescates en alta montaña

Los accidentes pueden suceder en cualquier momento y el comportamiento de la naturaleza es casi siempre impredecible, por lo que los cráteres de volcanes activos y los campos fumarólicos suelen estar restringidos al público. Debemos recordar que estas zonas son de difícil acceso, por lo tanto, se sabe que en caso de un accidente la ayuda tardará un mínimo de 2 horas en llegar, lo que en algunos casos pudiera ser muy tarde para salvar la vida de las personas.

¿Qué debemos hacer?
Lo primero es permanecer informados: antes de hacer actividades de camping, andinismo o senderismo debemos informarnos sobre la actividad del volcán y sobre las prohibiciones existentes en la zona que vamos a visitar.

En todo momento debemos seguir las indicaciones de los guardaparques y obedecer la señalética que esté colocada, no salirnos de los senderos y de ser necesario ir en compañía de guías de montaña certificados.

No buscar riesgos innecesarios y no acceder a zonas que parecen inestables o peligrosas.

D. Sierra, A. Vásconez
Instituto Geofísico
Escuela Politécnica Nacional

Martes, 14 Diciembre 2010 11:36

600 familias no soportan la ceniza

 

El Comercio, 14 de diciembre de 2010

 

Mientras el volcán se mantiene con una actividad calificada por los técnicos como tranquila, más de 600 familias en las zonas próximas al coloso están desesperadas.

Los sembríos siguen afectados por la ceniza, tras la nueva reactivación del Tungurahua el 22 de noviembre pasado, y el pasto para el ganado y los animales menores (cuyes, conejos, gallinas) no abunda.

Por eso, hoy, a partir de las 19:00 se realiza una reunión en el reasentamiento La Paz, en Pelileo, para buscar una solución a largo plazo para los habitantes de las zonas próximas al volcán como: Cusúa, Chacauco, Bilbao (Chimborazo), Pillate y San Juan.


Para el alcalde de Pelileo, Manuel Caizabanda, la entrega estatal de heno, rechazo de plátano y la construcción de los reasentamientos en Pelileo, Río Blanco y Penipe ayudaron a las familias.

“Sin embargo, llegó el momento de solucionar también el problema que ocasiona periódicamente la ceniza a los cultivos y al ganado. Se habla de que el volcán seguirá activo cuatro años más. Por eso, vamos a proponer la búsqueda de una hacienda para sembrar y criar el ganado de la gente que vive en las zonas de riesgo”, señaló Caizabanda.

A la reunión fueron invitados María del Pilar Cornejo, secretaria nacional de Gestión de Riesgos. Además, el vulcanólogo Patricio Ramón, jefes policiales y del Ejército y representantes de las comunidades y autoridades de las parroquias y cantones de ambas provincias.

En la parroquia Cotaló, refiere Juan Martínez, presidente de la Junta Parroquial, la producción de leche se redujo en un 30%. “Antes de la nueva reactivación del coloso, sacábamos 2 500 litros diarios. Hoy, apenas se supera los 1 600litros”, dijo Martínez.

En las comunidades, los pequeños ganaderos están desesperados. En los últimos 21 días, las explosiones prolongadas del volcán han arrojado ceniza que el viento se encargó de llevar hacia todos los cantones de Tungurahua.

En Baños, Rosa Masaquiza se quejó porque una capa de ceniza blanca ha cubierto los pastos. “Los animales se enferman cuando comen la hierba contaminada. Ni la lluvia logra limpiar la vegetación. Es un lío preocupante”.

Para paliar, en parte, la necesidad de los ganaderos el Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca (Magap) entregó la semana anterior 1 250 pacas de heno en las comunas más afectadas. Según Fabián Valencia, director de esta institución en Tungurahua, a lo largo de esta semana se repartirán 7 000 sacos de balanceado.

“La primera entrega se realizó a Cotaló el domingo último. Fueron 1 100 sacos de balanceado de 40 kilos cada uno para el ganado vacuno. Se beneficiaron los habitantes de Pillate, San Juan, Laurelpamba, El Centro, Chacauco, Cusúa, Mucuví, San José las Queseras y Panguilí”, dijo Valencia.

Por ahora, no se ha previsto una evacuación del ganado. Los comuneros no lo desean. Pero si eso llegara a ocurrir hay cuatro sitios: La Paz, los estadios de Cotaló y Pelileo y la hacienda Guadalupe.

 

Diario El Comercio, 15 de diciembre de 2010


El proceso eruptivo del volcán Tungurahua cambió la vida de 698 familias. Todas residían en las poblaciones consideradas de riesgo como Cusúa, Chacauco, Juive Grande, El Manzano, Puela y Bilbao. Hace dos años, con la ayuda del Gobierno, las mingas comunitarias y otras organizaciones, estas familias fueron reubicadas en tres reasentamientos situados en los cantones Baños, Pelileo y Penipe (Chimborazo).

Los técnicos del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) les pusieron condiciones para poder cambiarse gratuitamente a las nuevas edificaciones. Por ejemplo, en 10 años no podrán venderlas y deberán residir permanentemente en ellas.

 

Mientras los plazos se cumplen, no todos cuentan con las escrituras y decenas de familias tampoco han roto el vínculo con sus tierras de origen. A diario van y vuelven de las zonas consideradas en peligro. Allá continúan con sus cultivos y la cría del ganado.

Para muchos, el cambio les significó una mejoría. Antes moraban en casas de tapial y teja. Ahora los rodean edificaciones de bloque con techados modernos, jardines, calles adoquinadas, alumbrado público y servicios de agua potable, alcantarillado, Internet y TV por cable.

En el cantón Penipe (Chimborazo) se construyeron 380 viviendas. Wilfrido Núñez, de la parroquia Puela -en las faldas del volcán- habita en una de ellas.

“En este reasentamiento la mayoría de gente regresa diariamente a las zonas de riesgo. Allá cuidan los sembrados de maíz, tomate de árbol, fréjol, arveja y el ganado. A las 08:00 el pueblo se queda vacío”, señala Núñez. Este hombre de 45 años extraña la libertad que tenía en su finca.

“Aquí apenas si hay un poco de tierra para plantar flores”.

Para José Mazón, presidente de la parroquia Puela, los vecinos ya se acostumbraron a ir y venir. “Incluso, tienen parte de sus pertenencias (cocinas, platos, ropa, armarios, mesas, camas) en las comunas de riesgo”.


Nuevas reubicaciones

  • Según Víctor Núñez, presidente del reasentamiento de La Paz, otras 67 familias de Chacauco y Cusúa necesitan un nuevo reasentamiento. “Estos grupos no cuentan con casas. Hemos visto un terreno y se está realizando la gestión en el Ministerio de Vivienda”, dijo Núñez.
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  • Para la entrega de las viviendas, el Gobierno Nacional aportó un bono de emergencia de USD 9 000. Actualmente entrega otro bono por titulación de USD 200. Edwin Zúñiga, director del Ministerio de Desarrollo Urbano Vivienda, explicó que se realizan los trámites para la entrega de las escrituras a los propietarios.

Desde la semana pasada, luego de la reactivación del volcán, soldados de la Brigada Blindada Galápagos recorren las zonas de riesgo. “Nuestro trabajo es ayudar a evacuar a la gente en caso de que se complique la erupción”, dijo el oficial Roberto Ruales.

En el reasentamiento de La Paz, en Pelileo, hay 210 casas. Los adultos no solo viven del agro y la ganadería. Algunos incursionaron en la confección de ropa jean, mientras que sus hijos asisten a los colegios y a las escuelas de Pelileo y Baños. Eso cuenta Víctor Núñez, presidente de La Paz. “La gente labora ocho horas diarias en las faenas agrícolas y en las fábricas. En la tarde retornan y duermen en sus casas”.

María Rosero, por ejemplo, vivía en Bilbao. Para ella, la agricultura quedó relegada a un segundo plano. “Manufacturo ropa en tela jean. Eso nos ayudó a mejorar nuestros ingresos y ahora estamos ampliando nuestra vivienda. Solo mi esposo trabaja en la tierra”.

Para los esposos Fausto Rodríguez y Rosa Bonilla, su casa fue una bendición. Ellos perdieron su pequeña vivienda en un deslave que ocurrió en Cusúa. “Nos quedamos en la calle. Pero ahora tenemos otro techo. Extrañamos nuestra comunidad y como consuelo sembramos un poco de maíz en el pequeño jardín”, dice Rodríguez.