La relación entre los volcanes y las sociedades humanas es antigua y difícil. Hace 2 546 años, una gran erupción del volcán Pululahua –según los investigadores Alexandra Alvarado y Marcelo Villalva- cubrió de cenizas los campos del norte del actual Quito e interrumpió el desarrollo de la cultura Cotocollao, cuyos aproximadamente 2 000 habitantes se vieron obligados a migrar ante la imposibilidad de cultivar y alimentarse.
Determinar qué capas de ceniza están relacionadas con las culturas asentadas en la Costa ecuatoriana como Valdivia, Chorrera, Jama-Coaque o Manteña y sobre todo cómo las erupciones volcánicas afectaron a estas culturas fueron los propósitos de la tesis “Distribución de las cenizas holocénicas tardías en la Costa del Ecuador”, con la que Silvia Vallejo, del Instituto Geofísico, acaba de graduarse como ingeniera geóloga.
Teniendo en cuenta que a lo largo de la Costa ecuatoriana se han hallado cenizas volcánicas de erupciones ocurridas desde hace miles de años hasta nuestros días, la investigación de Vallejo se centró en determinar qué capas de ceniza tienen vinculación con los diferentes períodos culturales identificados. De esta manera se podría saber el efecto que una erupción tuvo sobre un determinado pueblo, en términos de migración o extinción por ejemplo.
Para ello, la geóloga buscó volcanes que hubieran presentado erupciones históricas muy fuertes (grado 3 a 5 en el Índice de Explosividad Volcánica). Los escogidos fueron el Cuicocha, el Pululahua, el Guagua Pichincha, el Ninahuilca, el Cotopaxi y el Quilotoa, ya que habían tenido erupciones muy fuertes en los últimos 7 mil años, periodo que coincidió con el asentamiento de muchas culturas asentadas en las costas del actual Ecuador.
El siguiente paso fue tomar 56 muestras de cenizas “distales” (es decir, llevadas por el viento lejos de los volcanes) en 21 lugares de la Costa, en una zona comprendida entre La Tola, en Esmeraldas, y Salango, en Manabí. Se trabajó en la línea costera, esteros, cortes de carretera y sitios arqueológicos, como Japotó en San Jacinto, Manabí. A estas muestras se sumaron otras 20 muestras “proximales” (muestras de ceniza cuyo origen y fecha ya han sido identificados) tomadas por los vulcanólogos Minard Hall y Patricia Mothes desde los años 90.
A continuación, las cenizas fueron sometidas a un proceso de lavado, secado y tamizado a fin de ser analizadas al microscopio en el laboratorio. El análisis concluyó que las muestras recolectadas correspondían a las erupciones del Quilotoa, del año 1150 después de Cristo (D. C.); dos erupciones del Guagua Pichincha: una del año 850 D. C. y la otra del año 1600 A. C. (Antes de Cristo); una del Pululahua del año 535 A. C.; otra del Cuicocha del 1040 A. C.; una del Ninahuilca, que aconteció en el año 320 A. C.; y finalmente dos del Cotopaxi: la primera ocurrida en el 5820 A.C. y la segunda en el 3990 A. C.
En el sitio arqueológico Japotó, donde se asentó la cultura manteña entre el año 800 y el año 1532 de la era cristiana, el trabajo conjunto entre vulcanólogos y arqueólogos permitió determinar que la ceniza hallada en una de las tolas correspondía a la erupción del Quilotoa del año 1150. Silvia Vallejo tiene la hipótesis de que los manteños usaron la ceniza volcánica como elemento decorativo y constructivo en sus tolas, como una especie de enlucido para las paredes.
Los efectos positivos y negativos que pudieron traer las erupciones volcánicas a las culturas precolombinas de la Costa ecuatoriana aún están por determinarse. Sin embargo, Vallejo considera que la utilidad de este trabajo para el presente está en recordar a la población, especialmente de la Costa, la cual muchas veces percibe a los volcanes como algo “lejano”, que así como éstos afectaron a las culturas ancestrales, también pueden afectar a las sociedades contemporáneas. La vulcanóloga recuerda que erupciones históricas del Cotopaxi arrojaron hasta 50 cm de ceniza sobre ciertas áreas de la Costa y que “ningún techo de una casa actual resistiría el peso generado por esta cantidad de ceniza”. Tal vez para dejarlo claro, el 28 de mayo de 2010 el volcán Tungurahua, en una erupción de tamaño moderado, arrojó, de acuerdo con información compilada por Jorge Bustillos del IG, 2’140 000 metros cúbicos de ceniza. Los vientos llevaron la pluma volcánica con dirección a Guayaquil y ocasionaron la cancelación de numerosos vuelos, la contaminación de fuentes de agua y molestias respiratorias a miles de personas en el Puerto Principal. Como para recordarnos que, pese al desarrollo tecnológico, la naturaleza tiene la última palabra y la historia puede aportarnos importantes claves para comprenderla. (GM)